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OBRA FÍLMICA
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Whity (1970)

Dirección y guión: Rainer Werner Fassbinder Fotografía: Michael Ballhaus (Color, 35 mm, Scope, 2.35:1) Montaje: Franz Walsh, Thea Eymèsz Música: Peer Raben Dirección artística: Kurt Raab Producción: Atlantis Film, Antiteater-X-Film Coste: 680000 marcos Duración del rodaje: 20 días (abril 1970) Duración: 95 minutos Fecha de estreno: 2-7-1971, en el Festival de Berlin Dedicada a Peter Berling

Intérpretes: Günther Kaufmann (Whity), Hanna Schygulla (Hanna), Ron Randell (Mr. Nicholson), Katrin Schaake (Katherine), Ulli Lommel (Frank), Harry Baer (Davy), Tomás Blanco (falso médico mexicano), Elaine Baker (madre de Whity), Kurt Raab (pianista del Saloon), Rainer Werner Fassbinder (invitado en el Saloon), Stefano Capriati, Mark Savage, Helga Ballhaus

Premios y nominaciones: Bundesfilmpreis (Premios del Film Alemán): Premio a la Mejor Actriz otorgado a Hanna Schygulla; Premio al Mejor Diseño de Producción

Después de treinta años durmiendo el sueño de los justos porque jamás conoció una exhibición comercial al margen de su estreno en el Festival de Berlín de 1971, la película maldita por excelencia en la filmografía de Rainer Werner Fassbinder fue editada en 2001 en DVD gracias a la Fundación que lleva su nombre y al trabajo de remasterización llevado a cabo en los estudios Zoetrope. Anteriormente, en los noventa, había sido emitida en la televisión alemana y en retrospectivas dedicadas al autor.

Una adinerada familia posee una plantación en el Sur de los Estados Unidos. Junto a Ben Nicholson, el poderoso patriarca, encontramos a Catherine, su joven, bella y masoquista esposa; a los dos hijos habidos en su primer matrimonio: Frank, homosexual al que le gusta travestirse, y David, albino disminuido psíquico; Whity, sirviente negro de la casa e hijo ilegítimo de Ben, que cumple su trabajo con abnegada y surrealista dedicación sin dar importancia a las humillaciones a que es sometido; y la madre de Whity, cocinera. Con el propósito de divorciarse de su mujer, desenmascarar el interés que tiene en su herencia y dejarla en la calle, Ben contrata a un falso doctor para que le diagnostique una enfermedad mortal. Tras cumplir con su objetivo, lo mata de un disparo. Hanna, prostituta y cantante del Saloon que mantiene encuentros amorosos con Whity, ha escuchado la conversación mantenida por los dos hombres y presenciado el asesinato desde la ventana de la oficina de correos. Ben le ofrece una buena cantidad de dinero para que apoye ante el juez la versión de que el falso doctor había violado a su mujer, librándose de ser procesado. Al ver que el viejo patriarca no muere tan pronto como preveían, Frank y Catherine comienzan a impacientarse: a cambio de su libertad, el primero pide a Whity que lo mate, y la segunda que asesine tanto al marido como a su hijastro Frank, el otro gran beneficiario de la herencia. Cuando Hanna, tras pedirle también que acabe con su familia al completo, le cuenta las maniobras llevadas a cabo por su padre, Whity se rebela y dispara contra todos, huyendo con ella al desierto, donde les aguarda la muerte al quedarse sin agua.

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Tal y como se desprende de este delirante argumento, Whity es más un melodrama que un western o, en todo caso, como muy bien se le ha definido, un cripto-western: no aparecen indios, ni hay ganados, tierras en litigio o demostraciones de honor y hombría a base de tiros. Filmado en Scope, a base de planos de gran duración, y con un sentido de la acción prácticamente nulo (ni siquiera puede hablarse de clímax en la escena en que el protagonista lleva a cabo su rebelión) aunque recorrido por una soterrada violencia subterránea (la primera secuencia es significativa al respecto y sitúa la historia: la madre de Whity descabeza un pescado y seguidamente la cámara enfoca a una perdiz enjaulada), Fassbinder vampiriza el género para llevarlo a su terreno personal: lo llena de opresores, sadomasoquistas, travestidos, perpetradores de incestos y esclavos sumisos para hacer del Deep South el ambiente idóneo donde abordar una de sus obsesiones más recurrentes: las relaciones de dependencia entre personas basadas en la explotación y la opresión.

Además de su primordial vena melodramática, la atmósfera propia del cine de terror no es en absoluto ajena a la película, especialmente en la caracterización de Ben, su esposa e hijastros, maquillados de tal forma que lucen una grotesca palidez en progresión ascendente respecto al avance del metraje, que acaban tomando el gélido aspecto de auténticos vampiros (especialmente en la escena en la que Ben les lee su testamento en la penumbra de la estancia principal de la casa sobre el fondo sonoro de una música gótica), dando la impresión de que de un momento a otro comenzarán a succionar la poca sangre que les queda mientras tiene lugar su proceso de descomposición. Del mismo modo, cuando el esclavo negro recorre los pasillos y dependencias de la casa, no podemos evitar pensar en los fríos e inquietantes castillos que pueblan las películas del género de terror (y no es para menos, dada la naturaleza de los integrantes de la familia protagonista). Yann Lardeau lo ha definido de una forma muy gráfica: "La vida íntima de los Nicholson evoca más bien los Cárpatos que el Sur de Estados Unidos, la película de miedo que la del Oeste, El baile de los vampiros que La esclava libre". Algo parecido puede decirse de los números musicales de Hanna Schygulla, que suponen una auténtica inmersión del cabaret alemán en la taberna de un pueblo perdido en el Far West.

Como Marlene, la sirvienta de Petra von Kant, Whity (término con que los negros de EEUU se refieren a los blancos) acepta con auténtico masoquismo su condición de esclavo. Tan solo cuando Hanna le cuenta que su padre, con su forma de actuar, ha traicionado sus propias y férreas leyes, se siente legitimado entonces para abandonar su fiel servilismo y puede disfrutar de su amor por la prostituta, pero ya no les queda tiempo: en el desierto, tan solo les acompaña el leve sonido del viento y el sol poniente; ambos saben que, sin agua, morirán de sed. Un largo, estático y hermoso plano-secuencia muestra cómo se abrazan, se besan, se revuelcan por la arena y acaban bailando un triste vals que lleva por título Goodbye, My Love, Goodbye. Una vez más en Fassbinder, el amor (pero también el resultado de la rebelión individualista del protagonista, agotada en sí misma, que no ha servido para que otros en su misma situación se unan para llevar a cabo una lucha verdaderamente efectiva por su libertad) conduce a la muerte.

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