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OBRA FÍLMica
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Libertad en Bremen (Bremer Freiheit, 1972)

 

Dirección: Rainer Werner Fassbinder y Dietrich Lohmann Guión: Rainer Werner Fassbinder, según su propia obra teatral  Fotografía: Dietrich Lohmann, Hans Schugg, Peter Weyrich (Color, formato video 2", 1.33:1) Montaje: Friedrich Niquet, Monika Solzbacher Música: Varios autores  Dirección artística: Kurt Raab Producción: Telefilm Saar (para SR) Coste: 240000 marcos Duración del rodaje: 9 días (septiembre 1972) Duración: 87 minutos Fecha de estreno: 27-12-1972, en S3

Intérpretes: Margit Carstensen (Geesche), Ulli Lommel (Miltenberger), Wolfgang Schenk (Gottfried), Walter Sedlmayr (sacerdote), Wolfgang Kieling (Timm), Rudolf Waldemar Brem (el primo Bohm), Kurt Raab (Zimmermann), Hanna Schygulla (Luise), Rainer Werner Fassbinder (Rumpf), Lilo Pempeit (madre), Fritz Schediwy (Johann)

En Bremen, a principios del siglo XIX, Geesche Gottfried, burguesa considerada por sus conciudadanos como una mujer honrada y temerosa de dios, se dedica a envenenar a todos aquellos que la minusvaloran, oprimen, obstaculizan o niegan su derecho de ser ella misma, entre ellos su marido, sus padres, sus hijos, su amante, su hermano y una amiga... hasta que finalmente es descubierta y entregada a la justicia.

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Junto a El café y Mujeres en Nueva York, Libertad en Bremen (que tiene como título secundario Una tragedia burguesa) se erige en testimonio fílmico para la posteridad de una representación teatral de Fassbinder. Sin embargo, a diferencia de aquéllas (que fueron personales adaptaciones de piezas ajenas), la obra que nos ocupa es la única de la que fue autor, dando lugar a un extraordinario e intenso texto en el que, partiendo de un hecho real, dejó de lado la reconstrucción histórica para aportar una contundente visión sobre la opresión y la posibilidad de rebelarse. Se representó en 1971 en el Teatro de la Ciudad de Bremen, en un decorado sobre fondo negro en el que la casa de la protagonista se disponía en forma de cruz que flotaba en las aguas de un mar ensangrentado "donde el mobiliario burgués parecía a punto de naufragar" (Helmut Krasek). Un año después, en colaboración con el director de fotografía Dietrich Lohmann, la rodó en formato vídeo para televisión conservando el mismo decorado y sus escasos elementos (un banco, varias sillas, un aparador, un tocador con espejo), pero sustituyendo el fondo por una inmensa pantalla en la que se proyectan durante todo el metraje imágenes de un mar con sus aguas bien calmadas bien revueltas, unas veces azul cristalino, otras teñido de un tono rojizo provocado por la puesta de sol, aunque también aparecen ocasionalmente barcos anclados en un puerto, plácidos paisajes e, incluso, en una de las secuencias más bellas, el rostro de la protagonista confesando a un pastor uno de sus crímenes. La función dramática de esta pantalla ofrece, para Braad Thomsen, cierta ambigüedad, ya que puede significar un recordatorio de la fuerza de la Naturaleza (ausente para los personajes) pero también la equiparación con los diferentes estados de ánimo de Geesche, sus sentimientos y motivaciones, o la implacable determinación con la que se enfrenta al entorno hostil que intenta tiranizarla, humillarla, condenarla o relegarla a un simple objeto doméstico y servil. Muy interesante resulta también la visión que, al respecto, tiene Yann Lardeau, advirtiendo que "las olas rojas de sangre amenazan constantemente con romperse contra la casa de Geesche llevándose su interior burgués".

Precisamente para Lardeau, "Libertad en Bremen ilustra la lucha, la rebelión silenciosa, secreta, largamente madurada, de una mujer por una emancipación imposible, por un reconocimiento social inalcanzable, una mujer que no teme situarse fuera de la ley ni matar para conservar su independencia, rechazando las convenciones y prejuicios de su época, suprimiendo sin la menor vacilación todos los obstáculos, todas las trabas que tiene en su camino (...) Si el título de esta obra resulta tan hermoso es porque Geesche -a diferencia de otras heroínas de Fassbinder-, desde que pudo saborear un día la libertad está dispuesta a sacrificarlo todo, a renunciar a la vida, a enfrentarse al juicio de los hombres y de Dios con tal de conservar ese deleite". Sin embargo, y siguiendo a Christian Braad Thomsen, la comprensible rebelión inicial de la protagonista acaba derivando poco a poco en una patología: no solo piensa que puede decidir libremente cómo quiere vivir sino también exige que los demás deben pensar como ella, convirtiéndolos automáticamente en un enemigo en caso de no hacerlo, volviéndose tan dominante como aquellos contra quienes se rebela. En definitiva, asume y utiliza su poder de un modo semejante al de quienes intentan someterla, en lugar de abolirlo y vivir defendiendo aquello en lo que cree con otros medios. Llega incluso a la autoglorificación, asesinando a su amiga porque ésta acepta su propia opresión. Fassbinder ejemplifica este proceso en varias ocasiones desdoblando la imagen de Geesche en el espejo de su tocador, distorsionando su segundo reflejo en el borde del mismo hasta convertirlo en un rostro amenazante, acechante, que puede manifestarse y actuar de forma monstruosa en cualquier momento.

Esta postura ambivalente del director en relación a la revuelta de la protagonista (no en vano él mismo encarna al personaje que acaba descubriéndola y denunciándola) otorga, como siempre ocurre en su obra, un categórico punto de inflexión crítico: en todo momento, siente una melancólica solidaridad hacia ella pero a la vez está indicando que hay mejores y más efectivos métodos para la lucha, para no acabar en tierra de nadie o para no perpetuar en la propia persona las condiciones contra las que originalmente se había rebelado.

Poco conocida a pesar de ser habitual en retrospectivas, Libertad en Bremen es por sí misma lo suficientemente importante como para que de ningún modo pueda considerarse una obra menor dentro de su filmografía. Se trata, además, de un verdadero ejemplo de cómo Fassbinder es capaz de filmar teatro de una forma plenamente cinematográfica, sacando el mayor partido posible con los mínimos elementos expresivos, imprimiendo un poderoso halo poético al conjunto (subrayado por dos estribillos que se repiten a lo largo del film: la melodía de piano que suena cada vez que Geesche ofrece una copa a su nueva víctima, y el himno que entona tras cometer un asesinato -Adiós, mundo, estoy cansada de ti. Quiero ir al cielo: allí habrá verdadera paz y tranquilidad mental eterna...) y extrayendo de sus actores (Margit Carstensen ofrece nuevamente un impresionante recital interpretativo) lo mejor de sí mismos.

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