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OBRA FÍLMiCA
Lola 

Lola (1981)

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Director: Rainer Werner Fassbinder Guión: Rainer Werner Fassbinder, Peter Märthesheimer y Pea Frölich (adaptación libre de la novela de Heinrich Mann) Fotografía: Xaver Schwarzenberger (Color, 35 mm, 1.66:1) Montaje: Juliane Lorenz Música: Peer Raben Dirección Artística: Raul Gimenez, Udo Kier Sonido: Vladimir Vizner Producción: Rialto-Film, Berlin; Trio-Film, Duisburg; WDR Coste: 3,5 millones de marcos Duración del rodaje: 30 días (abril-mayo 1981) Duración: 113 minutos Fecha de estreno: 20-8-1981 Dedicada a Alexander Kluge.

Intérpretes: Barbara Sukowa (Lola), Armin Mueller-Stahl (von Bohm), Mario Adorf (Schuckert), Matthias Fuchs (Esslin), Helga Feddersen (Hettich), Karin Baal (madre de Lola), Ivan Desny (Wittich), Karl-Heinz von Hassel (Timmerding), Sonja Neudorfer (Frau Fink), Hark Bohm (Volker), Rosel Zech (Frau Schuckert), Elisabeth Volkmann (Gigi), Christine Kaufmann (Susi), Y Sa Lo (Rosa), Isolde Barth (Frau Volker), Raul Gimenez, Udo Kier, Harry Baer, Andrea Heuer, Günther Kaufmann, Juliane Lorenz...

Premios y nominaciones: Bundesfilmpreis (Premios del Film Alemán): Premio al Mejor Actor otorgado a Armin Mueller-Stahl; Premio a la Mejor Actriz otorgado a Barbara Sukowa; Cinta de Plata concedida como Mención especial para la película.

En Lola, Fassbinder hizo una adaptación tan libre de la novela Professor Unrat de Heinrich Mann que apenas dejó nada de ella. La acción se sitúa en 1957, durante la era Adenauer y su bonanza económica, en la localidad de Coburgo, una pequeña ciudad de provincias a la que acaba de llegar el ingeniero jefe Bohm, oriundo de Prusia, para asumir la dirección de la oficina municipal de urbanismo, a la que espera infundir eficacia y dinamismo. Pero su subordinado, Esslin, le informa de que toda la ciudad está en manos de Schuckert, un empresario que gestiona todas las obras que allí se hacen y que hizo su fortuna en la posguerra con el estraperlo y luego abriendo un burdel, la Villa Fink, al que acuden todos los hombres importantes de la ciudad y cuya bailarina Lola, su amante oficial, es la principal atracción. Como todos los notables se benefician de las operaciones de Schuckert, la ciudad cierra los ojos sobre su carácter ilícito. El mismo Bohm, a la vez que se niega a dejarse comprar por él, tampoco se opone a sus maniobras inmobiliarias siempre y cuando aquéllas confluyan con el interés público. Por su parte, la madre de Lola -que tiene a Bohm por inquilino- intenta seducir al flamante ingeniero en vano: sin embargo, su hija tiene más suerte. Atraída por este hombre de mediana edad tan serio y respetable, Lola (cuyo verdadero nombre es Marie-Louise) coquetea con él un domingo después de misa y lo conquista. Creyéndola pura y desinteresada, Bohm decide presentarla a los prohombres de la ciudad en el transcurso de una cena pero Lola, vieja conocida de todos ellos gracias a sus actividades en el burdel de Schuckert, no acude lógicamente y rompe su relación con él. Esslin informa entonces a Bohm de la existencia de la Villa Fink y cuando acude al lugar, la chica se entrega a un frenético striptease durante su actuación. Desde ese mismo momento, Bohm decide declarar la guerra tanto a Schuckert como al mismísimo Consejo municipal: se manifiesta, obstaculiza sistemáticamente los expedientes de Schuckert, amenaza con lanzar una campaña de prensa contra él y siembra el pánico entre los notables... Pero el promotor-proxeneta aún guarda un as bajo la manga: convencer al incorruptible director de obras públicas de que Lola necesita un padre para su hijita, de que ella y la niña tienen derecho a una vida decente. Bohm acaba mostrándose conciliador y finalmente se casa con Lola, que recibe la Villa Fink como regalo de bodas y continúa siendo la amante de Schuckert. La ciudad recobra su tranquilidad habitual.

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Con Lola, Fassbinder se centra en la forma que tiene la sociedad de absorber y asimilar a sus disidentes, haciendo que el intruso inicial (Bohm, procedente del Este, aristócrata a la vieja usanza, de costumbres anacrónicas y distinguidos y rigurosos atuendos) se integre felizmente en el grupo mayoritario que la conforma y se haga cómplice de ella (una nueva burguesía sin historia representada por Schuckert, el capital del mañana, la potencia industrial de la RFA, que hace tabla rasa del pasado colectivo construyendo nuevos edificios sobre las ruinas de la guerra). Bohm es un fantasma que a la ciudad de Coburgo le encantaría que desapareciera.... porque es el de su propia culpabilidad, la representación de una Alemania humanista que se hizo añicos con el advenimiento de la vulgaridad nazi. Por ello, existe ese empeño en corromperlo, bien comprándolo bien casándolo con la más guapa y famosa prostituta de la ciudad, Lola, que acaba triunfando a su manera gracias al clima de corrupción que la rodea, siendo la única heroína fassbinderiana de posguerra que sale adelante precisamente porque asume sin problemas el orden establecido... a pesar de ser otra desclasada como Bohm: si éste pertenece a un mundo de valores perdidos, Lola encarna el pecado, el vicio, el símbolo provocador del deseo en una sociedad aparentemente respetable y puritana donde paradójicamente no existe la moral.

 

Para el maestro, los años en que transcurre su película "casi son los más amorales que haya conocido Alemania. Naturalmente, había algo, como una moral ñoña, falsa, pero en la gente se daba una resuelta amoralidad tácitamente aceptada porque la reconstrucción solo podía funcionar en la medida en que se desarrollaba sin atender a las posibles pérdidas. Por tanto, para esta historia decidimos crear a un constructor que quiere ganar dinero y está en su derecho, a una chica que no sólo quiere que le paguen sino que también quiere pertenecer a la familia de los capitalistas, y a un delegado de urbanismo que rechaza los principios capitalistas simplistas por su actitud moral pero que tiene claro que la reconstrucción de Alemania no es posible sin estos principios".

El cinismo y el veneno de esta deliciosa comedia, donde cada personaje ve cumplidos sus deseos y pone de manifiesto que nada resiste ante el dinero, está realzado -tal y como ocurría con Lili Marleen- por el aire kitsch que desprende el conjunto. Schwarzenberger, el director de fotografía, tintó de colores fuertes y llamativos (azules y rojos) la voluntad de resurgimiento de la nación alemana tras la segunda guerra mundial y con ello las memorables imágenes de esta película de Fassbinder. Yann Lardeau define muy bien el sentido del deslumbrante trabajo de fotografía: "Rojo y azul podría haber sido el subtítulo de Lola. Lola y Bohm, Lola contra Bohm. Cuadrado rojo contra cuadrado azul, cuadrado azul contra fondo rojo, círculo rojo sobre fondo azul. Alianza del agua y del fuego. Esta es la composición cromática fundamental de Lola. Rojo como Lola, rojo como los farolillos de las casas de citas, rojo como el mal, como el placer, la ingenuidad y la juventud. Rojo como la ira, como la rebelión. Azul como el barón von Bohm, azul de Prusia, como el bien, la pureza de sentimientos, como la edad y los valores relacionados con ella: razón, moderación, equilibrio... Azul como el cielo, como el blues y la depresión. Y para concluir, final feliz: rojo lavado como una novela rosa, azul pálido, pastel, como un cuento sentimental".

Finalmente, hay que remarcar las magníficas interpretaciones del trío protagonista, especialmente la de Barbara Sukowa y el antológico y agresivo streptease que lleva a cabo cuando Bohm la descubre en el burdel.

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